rocío chiva Madrid | lunes, 05 de enero de 2015 h |

Una de cada 6.000 personas es portadora de una mutación genética que impide el correcto funcionamiento del sistema de fosforilación oxidativa, el encargado de producir la molécula de adenosin trifosfato (ATP) y, por tanto, de generar la energía necesaria para el adecuado funcionamiento del cuerpo humano. Un déficit de energía que provoca que no se produzcan las reacciones correspondientes en células y tejidos y que genera una multitud de síntomas diferentes que pueden ser diagnosticados casi en cualquier etapa de la vida del ser humano. Debido a esta diversidad de síntomas, diagnósticos y tratamientos diferentes, las patologías genéticas mitocondriales se encuentran —a pesar de no ser tan infrecuentes—dentro del grupo de las llamadas enfermedades raras (ER).

Ya para empezar, el sistema de fosforilación oxidativa se codifica en dos genomas distintos: el ADN nuclear, que se encuentra en el interior del núcleo de la célula y codifica la mayor parte de las proteínas, y el ADN mitocondrial, que codifica un total de 13 proteínas. De esta manera, mientras que las proteínas codificadas en el núcleo presentan una herencia mendeliana clásica, las codificadas en las mitocondrias responden a herencia materna exclusivamente. En este último caso, además, el daño se producirá en mayor medida en un órgano u otro en función del porcentaje de mutación. Así, explica Julio Montoya, del Departamento de Bioquímica, Biología Molecular y Celular de la Universidad de Zaragoza y una de las personas más implicadas en la investigación en estas patologías en nuestro país, “aquellos órganos que reciben una mayoría de moléculas mutadas, como el sistema nervioso central o el esquelético, se encuentran más afectados”.

En cuanto a los síntomas, además de poder presentarse a muy diferentes edades, comprenden una variabilidad que va desde la ceguera o problemas de visión como la retinosis pigmentaria a dificultades del movimiento como ataxias, además de posibles demencias, accidentes cerebrovasculares, cardiomiopatías o disfunciones hepáticas y pancreáticas. “No hay dos pacientes iguales ya que, aunque haya características básicas que puedan dar nombre a la patología, también hay otras características que los diferencian”, destaca.

Además, el problema del diagnóstico estriba, además de en la diversidad sintomática, en que una madre puede portar solo un pequeño porcentaje de mutación sin manifestaciones clínicas, por lo que no es diagnosticada hasta que no tiene un hijo con este problema y se le hace entonces una prueba. Aunque no existen tampoco test de detección propiamente dichos, Montoya señala el uso de “análisis de la cadena respiratoria” que, eso sí, preparan ellos mismos.

Actualmente no existe tratamiento para este continuum de patologías, pero sí hay investigación en ellas. Aunque aún no ha sido aprobada, en Reino Unido se estudia la “técnica de los tres padres”, que consiste en mezclar el núcleo del óvulo de una mujer portadora de estas mutaciones con las mitocondrias normales de una mujer donadora sana. “Esto lo mezclaríamos en un óvulo y, teóricamente, tendría que salir un hijo normal”, subraya Montoya, que recuerda que estos ensayos están aún en preclínica.