Por Amós García (Presidente de la Asociación Española de Vacunología).

El patrón epidemiológico de presentación de las enfermedades en los países desarrollados, ha sufrido unos cambios espectaculares en los últimos tiempos. Así, si bien a principios del siglo XX la población enfermaba o moría fundamentalmente por problemas transmisibles, a comienzos del siglo XXI muere o enferma principalmente por problemas crónicos o degenerativos, de tipo biológico o conductal, básicamente derivados de los estilos de vida.

Son varios los factores que han influido en dicho cambio, desde las mejoras en las condiciones higiénico-sanitarias en general, las mejoras en la nutrición, los métodos de desinfección, desinsectación y desratización, la aparición de los antibióticos etc. Sin embargo, son las vacunas las que junto al control higiénico sanitario del agua de bebida, han tenido un mayor protagonismo en ese proceso. Por eso, resulta asombroso que en pleno periodo de avance tecnológico, de cierta expansión del conocimiento, ciudadanos de diversos países dejen de vacunar a sus hijos y decidan retrotraerse a siglos pasados, desoyendo la evidencia científica y sintiéndose más cómodos arrullados por los susurros de las creencias.

Conviene recordar, que la incorporación de los programas nacionales de vacunación ha representado uno de los avances más importantes en el control de las enfermedades infecciosas. Además, en el proceso de planificación de programas, la vacunación se presenta como una de las primeras actividades regladas de la salud pública y tiene un largo recorrido como estrategia para proteger al ser humano frente a determinadas enfermedades.

“Las escasas bolsas de no vacunación se presentan en sectores de población que, desgraciadamen-te, se encuentran en situación de exclusión social”

La inclusión de una vacuna dentro de las políticas vacunales de Salud Pública es un proceso que requiere un análisis tremendamente riguroso y a veces hay que esperar años para que se consoliden actuaciones presupuestadas y planificadas. España es un claro ejemplo del largo proceso y del análisis tremendamente potente que requiere el incluir una vacuna en las estrategias vacunales públicas. Por otro lado, las vacunas representan el 1 o 1,5% del total del gasto farmacéutico. Sin embargo, ocupan la mayoría del debate mediático en materias de salud pública. Por eso, sería conveniente subrayar la conveniencia de no cerrar puertas al conocimiento y al progreso científico, lo cual permitiría avanzar en la definición de estrategias vacunales, fundamentales para la salud de la ciudadanía.

Afortunadamente, vivimos en un país donde la aceptación del hecho vacunal está fuertemente enraizada en la memoria histórica de los profesionales y de la ciudadanía. Las escasas bolsas de no vacunación se presentan en sectores de población que, desgraciadamente, se encuentran en situación de exclusión social, necesitadas de políticas sociales adecuadas, y por otro, padres y madres que voluntariamente, y creyendo que hacen lo mejor para sus hijos, no los quieren vacunar. En este sentido, y tras escuchar y atender a estos padres y madres convendría recordarles que los virus y bacterias no son el fruto de una disquisición a la luz de la luna, sino que existen, producen enfermedades, y es de necios no protegerse frente a ellos. Reforcemos la idea de que hablar de vacunas es hablar de ciencia. Se trata de eso precisamente, ciencia, la fuerza de la razón, frente a creencia, la razón de la fuerza.