A estas alturas de la pandemia casi podemos obviar la definición del término Salud. Pero vale la pena aclarar que esta definición hace referencia a un estado de perfecto bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad. Es por lo tanto un concepto multidimensionalidad que abarca bienestar físico, psíquico, mental, ambiental y social, y tiene un alto componente de variabilidad, debido al nivel socioeconómico, cultural, religioso y la propia experiencia personal. Nunca un término tuvo tanto sentido en estos tiempos de pandemia…
La OMS lleva años advirtiendo la importancia de priorizar políticas de prevención de enfermedades y promoción de la salud. Más allá del coronavirus, políticas como la Estrategia del Cáncer, la de Salud Mental, y otros planes centrados en las enfermedades crónicas (respiratorias, cardiovasculares, neurológicas…) se alzan como los bastiones principales en esta materia. La prevención y la coordinación está a la cabeza en la lista de prioridades de los países.
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En una perspectiva de creciente reconocimiento en este ámbito, la salud se asume como un derecho humano. Para asegurarlo es indiscutible que es necesario situar como eje central y básico de la salud pública a la población. Esto incluye todos los aspectos de interés colectivo que contribuyen a mejorar o mantener la salud de la gente.
Ante la actual crisis sanitaria, causada por el virus (SARS-CoV-2), la salud pública está en pleno cambio de paradigma. La experiencia avala que estas crisis sanitarias ponen al límite los servicios sanitarios, y de la interacción de todas partes involucradas depende la respuesta y la gestión de las mismas. En estos momentos e cuando realmente se pone a prueba la robustez de los sistemas sanitarios en todos sus ámbitos.
No hay duda de que los mejores resultados dependen de los recursos económicos y humanos con los que estén dotados el sistema, la eficacia de la participación y coordinación de los distintos servicios asistenciales, el nivel de desarrollo científico y de investigación, del nivel de desarrollo de los planes de prevención y promoción de la salud, el acceso de la población a los medicamentos…En definitiva, las crisis sanitarias vienen determinadas por la inversión que realizan los países en sus respectivos sistemas sanitarios en función de la prioridad que atribuyan a la salud en sus planes de actuación.
Esta crisis es un reto del que debemos aprender. Tanto de los errores como de los éxitos, pues sirve para poner a punto nuestro sistema sanitario y perfeccionar nuestra respuesta ante otras próximas, inevitables e impensables crisis. Y, además sirven para situar a la salud en el lugar que le corresponde como prioridad en el desarrollo y ejecución de los planes de acción políticos.