Noelia López, portavoz de Ciencia de Ciudadanos en la Asamblea de Madrid y doctora en Biología Molecular especializada en microorganismos patógenos intracelulares.

(Por Noelia López, portavoz de Ciencia de Ciudadanos en la Asamblea de Madrid y doctora en Biología Molecular especializada en microorganismos patógenos intracelulares)

Por si no teníamos bastante con la pesadilla de la pandemia del COVID-19, ahora tenemos noticias de un nuevo brote por otro virus emergente: el virus del Nilo Occidental (WNV) que, de momento, ha afectado a 45 personas y ha provocado 3 fallecimientos en la provincia de Sevilla.

El virus del Nilo occidental comparte algunas características comunes con el SARS-CoV-2, como que ambos se consideran virus emergentes. Es decir, virus que causan enfermedades en humanos allí donde antes no existían. Sin embargo, no pertenece a la misma familia del SARS-CoV-2, sino que pertenece a la familia Flaviviridae, en concreto al género Flavivirus, al igual que otros virus “famosos” como el Dengue, el Zika o el virus de la fiebre amarilla.

Otra característica compartida es que ambos son zoonosis, virus que infectan animales. Esto quiere decir que los humanos no somos el hospedador natural de estos patógenos, pero si coincidimos en el mismo hábitat con los animales susceptibles, el salto de especie será solo cuestión de tiempo.

El WNV no se transmite por aerosoles ni por objetos contaminados. De hecho, la transmisión entre humanos no es posible, excepto por transfusiones de sangre infectada, algo imposible dada la estricta regulación de los procesos actuales. La forma de transmisión del WNV es mediante la picadura de un mosquito. En este caso, probablemente por mosquitos del género Culex, mosquitos comunes de amplia distribución tanto rural como urbana.

Aquí el rastreo no es necesario

Estos mosquitos (en realidad solo las hembras, que son las que se alimentan de sangre) actúan como vector del virus, transmitiéndolo desde los hospedadores naturales, que actúan como reservorio, y son aves de varias especies, hasta el hospedador accidental: el humano. Por suerte, la viremia en sangre en humanos nunca llega a ser tan elevada como para servir de plataforma de infección de nuevos mosquitos. Por este motivo, no habría necesidad de rastrear a los contactos de los enfermos o los de los positivos asintomáticos.

Otro factor positivo es que el porcentaje de portadores asintomáticos de WNV es muy alto, del 80%, y solo el 20% de los infectados desarrolla fiebre del Nilo Occidental, que puede cursar con fiebre, dolor de cabeza y dolor muscular, vómitos y diarrea. Solo en un pequeño porcentaje, que no llega al 1%, se produce la forma neuroinvasiva, que provoca los síntomas más graves con peligro de desembocar en fallecimiento. Estos cuadros graves se derivan de una meningoencefalitis, y sus síntomas abarcan desde fiebre elevada, dolor fuerte de cabeza, rigidez en el cuello, desorientación, temblores, convulsiones, hasta parálisis flácida y coma. Como tantas otras infecciones, la afectación neurológica es más frecuente en pacientes de riesgo, tanto por edad avanzada, como por enfermedades previas (hipertensión, diabetes, enfermedad renal o pacientes oncológicos).

Prevención, la única estrategia

Como no existen vacunas en humanos, ni tratamientos específicos, la única estrategia disponible es la prevención. Estas estrategias van desde la protección personal para evitar la picadura de mosquitos, evitando ropa que deje al descubierto piernas y brazos, y el uso de repelente para mosquitos, hasta medidas de salud pública. Estas consistirían en la fumigación de zonas de humedales y depósitos de agua estancada, que es donde los mosquitos ponen sus huevos y se desarrollan las larvas.

El hecho de que la fiebre del Nilo Occidental sea de ámbito más local y más fácilmente controlable no significa que no debamos preocuparnos por ella, ni mucho menos. Desde principios del año 2000, estamos asistiendo a un goteo constante de indicios preocupantes: los primeros casos autóctonos de fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, Dengue y Chikungunya, y la rápida diseminación de vectores por toda España, como el mosquito tigre (Aedes albopictus), tendrían que ser suficiente como para saber que estamos ante el inicio de un nuevo desafío sanitario.

La mejor forma de combatir este desafío pasaría por facilitar la colaboración y comunicación directa entre médicos, veterinarios y biólogos para abordar este reto desde una perspectiva integral, lo que se conoce como “global health”. Solo incorporando todos los aspectos que intervienen en estas enfermedades emergentes, con hincapié en los avances de la investigación científica, seremos capaces de dar una solución efectiva tanto a corto, como a largo plazo.